domingo, 2 de agosto de 2015

¡Relato ganador de nuestro primer concurso de relatos!

AYUMU

por Dagro
(@VictorDagroGame)

¡Por fin habían subido en la “lomocotora”! A Ayumu le encantaba la “lomocotora”. “Es locomotora”, le había replicado siempre Mamá. Pero a él le daba igual. Le gustaba “lomocotora”. ¡Nadie podría obligarle jamás a no decir “lomocotora”! “¡Cuando sea emperador, cambiaré el nombre por
“lomocotora”!” contestaba cada vez que Mamá le replicaba. Pero, ah, no siempre quería ser emperador. A veces soñaba con ser piloto, otras, con ser un general. También había imaginado que era montañero o explorador. Mamá le decía que soñaba tanto por su nombre. “Ayumu”, como los sueños y los anhelos, como los caminos que conducen a las fantasías más hermosas que cualquier niño de cinco años como él pudiera tener.

Papá les guió a Mamá y a él al pequeño salón que habían reservado. Dos sillones se enfrentaban entre sí a ambos lados de un enorme ventanal. Encima de ambos, unas bandejas de madera en los que Papá subió las maletas que llevaban. Ayumu corrió al asiento de la derecha y se sentó todo lo pegado que pudo a la ventana. A continuación miró a Mamá, cuya mirada no parecía tan jovial como de costumbre.

-¿Ocurre algo, Mamá?- preguntó el pequeño.

Mamá esbozó una débil sonrisa y se sentó a su lado.

-No, Ayumu.- respondió mientras le acariciaba su cabeza poblada de negros y lacios cabellos.- Quiero asegurarme de llegar puntuales, eso es todo.

Él sonrió ampliamente y volvió su vista al ventanal mientras mecía sus piernecitas adelante y atrás.
.
Papá se sentó en frente y comenzaron a moverse.

El traqueteo, al principio lento, era cada vez más frecuente, iba más veloz. Los detalles bien definidos del paisaje que se encontraba al otro lado del cristal comenzaban poco a poco a difuminarse en una estela de movimiento. Mientras los arbustos cercanos se emborronaban, las lejanas montañas parecían arrastrarse con lentitud, tomándose su tiempo para desplazarse. “Tardonas”, pensó Ayumu.

El pequeño comenzó a sumergirse en sus fantasías y recuerdos. Recordó cuando hicieron figuras de arcilla en el jardín de infancia, hace unas semanas. Profesora era muy simpática. “¡Mira, Profesora! ¡He hecho un samurái!” le dijo Ayumu, orgulloso de mostrarle la obra de arte que había creado. “¡Vaya, Ayumu! Eres todo un artista. Podrías volverte famoso.” “Bueno… Tal vez después de ser montañero.” le había respondido él, a lo que Profesora había contestado con una cantarina carcajada. Pero hace tres días Mamá y Papá no le habían dejado volver a la escuela. Decían que Profesora se había ido de vacaciones. Ayumu la echaba de menos y esperaba que se lo estuviera pasando realmente bien.

El sol asomaba tímido entre las montañas. Ayumu nunca se había levantado tan temprano.

-¿Crees que tendremos problemas para llegar al puerto?- le preguntó entonces Mamá a Papá, sacando al pequeño de su ensimismamiento.

-No hay problema. No dejarán que se acerquen.- respondió él.

Ambos se fijaron en Ayumu, el cual estaba pendiente de su conversación. Mamá convirtió su seriedad en una amplia y tranquilizadora sonrisa.

-Ayumu. Dentro de unos días será tu cumpleaños.- le dio un beso en la cabeza.

-Sí.- respondió Ayumu, orgulloso.- Seis años. Me convertiré en todo un hombre.

Mamá y Papá se rieron. No sabía por qué estaban tan preocupados. La “lomocotora” nunca llegaba tarde. Era puntual y profesional. Como él.

-Mamá.- dijo entonces.- ¿Podría ser conductor de “lomocotoras”?

-Claro, Ayumu. Podrás ser todo lo que quieras si luchas por ello. Aún te queda mucho tiempo.

Y entonces pararon.

Las sonrisas de Mamá y Papá se borraron casi al instante. Papá se levantó alzando levemente la mano en un gesto tranquilizador y salió del saloncito. En el exterior se oían voces. Parecían voces enfadadas.

Ayumu fue a abrir la ventana para asomarse, pero Mamá le frenó.

-No, Ayumu. No abras.

Hizo pucheros.

-¿Por qué?

-Te puedes caer.

-¡No me caigo! ¡Soy un “porfecional”!

Mamá sonrió.

-Profesional, Ayumu.

El niño se cruzó de brazos.

-Todas las palabras están mal. Cuando sea emperador, las cambiaré.

De repente se oyeron extraños sonidos que le recordaban a Ayumu cuando Papá encendía los fuegos mágicos de las fiestas de verano. Pero estos no sonaban con tanto ritmo. Eran erráticos, aleatorios. Y eran coreados por gritos y chillidos. Mamá cogió a Ayumu en brazos antes de que éste pudiera siquiera preguntar y salió corriendo del saloncito, dirigiéndose a la dirección opuesta a la que se había ido Papá.

-¡Mamá! ¡Papá estará preocupado!- exclamó Ayumu mientras veía por encima del hombro de ella cómo se alejaban del saloncito.

Ella no respondió.

Siguieron corriendo, pasaron al siguiente vagón a un ritmo frenético, Ayumu no paraba de botar en el regazo de Mamá. En el siguiente vagón no había saloncitos, había muchos asientos llenos de gente que se levantaba, curiosa y asustada. Mamá no paraba, apartaba a la gente a empujones y la gente parecía disgustada.

-¿A dónde vamos, Mamá?- preguntó Ayumu.

-Lejos, mi vida, muy lejos.

Siguiente vagón. Éste tenía un pasillo con muchas puertas a los lados. Y se oyeron más fuegos mágicos. Esta vez venían del sitio al que iban. Mamá frenó de golpe y dio media vuelta. Más fuegos y gritos. Venían del vagón que habían dejado atrás. Parecían estar muy cerca. Mamá estuvo quieta unos instantes que parecían eternos. Entonces abrió una de las puertas y dejó a Ayumu dentro.
Era un pequeño armario lleno de maletas bien colocadas y otros utensilios que Ayumu no reconocía. Mamá le miraba desde el otro lado mientras sujetaba la puerta. Su sonrisa era cálida y tranquilizadora, pero sus ojos brillaban de miedo, como cuando Papá le contaba a él historias de fantasmas.

-¿Has visto un fantasma, Mamá?- le preguntó.

Ella se arrodilló ante él y le abrazó con fuerza. Luego le dio un beso en su redondeada naricita.

-Tienes que ser fuerte, Ayumu.- le dijo. Tienes que ser muy fuerte.

Antes de que él fuera a contestar, se levantó y cerró la puerta, quedándose fuera.

Ayumu no veía nada, estaba todo a oscuras. Oyó fuegos mágicos en el exterior. Estaban muy cerca. La voz de Mamá. Parecía llorar, chillar, suplicar. Y silencio. Ayumu se quedó muy quieto. Su corazón latía con fuerza.

-¿Mamá…?- murmuró con apenas un hilillo de voz.

Se oyeron unos pasos fuera. Un golpe. Era cercano, pero no era en su puerta. Seguramente alguien estaba abriendo el resto. Y entonces su puerta se abrió con un fuerte estruendo.

El niño miró al hombre que estaba ante él. Vestía un uniforme parecido al de los valientes samuráis que luchaban por el Emperador, pero de distinto color. Llevaba un casco en la cabeza y le apuntó a Ayumu con algo que no alcanzó a distinguir a causa de la oscuridad. Los rasgos de aquel hombre no se veían por estar a contraluz con el exterior. Pero se iluminaron momentáneamente cuando aquella herramienta produjo un destello y un sonido similar al de los fuegos mágicos. Ayumu recibió un fuerte golpe en la barriga.

Ese hombre no era muy distinto a él. Sus ojos eran iguales. El color de su piel también. Ayumu se llevó las manos a su barriguita. Estaba empapada en sangre. Entonces se asustó. Respiró de forma entrecortada. Sus ojos se humedecieron, sus mejillas se regaron de lágrimas. Tenía miedo. Y Mamá se había ido. ¿Dónde se había ido?

-Mamá…- repitió, mirando a aquel hombre, el cual le devolvía una expresión llena de odio, de ira.

¿Qué le había hecho Ayumu para que ese hombre estuviera tan enfadado? ¿Se había portado mal?

Entonces supo que no sería montañero. Que no sería aventurero. No sería emperador, ni piloto. No sería conductor de “lomocotoras”. No. Ni siquiera sería un hombre. Jamás cumpliría seis años.

Apenas le quedaban fuerzas, estaba a punto de desplomarse sobre sus pequeñas rodillas. Pero consiguió murmurar tenuemente…

-No quiero morir.

Otro destello.

Y nada más.

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